“Un alimento es un producto consumido regularmente por una colectividad, que ha podido constatar su inocuidad y sus beneficios a largo plazo para la salud“
Beliveu y Gingras, 2005
La aversión al sabor consiste en mostrar preferencias por unos alimentos en contraposición a otros por la experiencia que tenemos después de tomarlos. En psicología animal comprueban la existencia de este fenómeno con experimentos como este:
Primero se le priva de agua a un grupo de ratas, de forma que al ponerle agua en la jaula beben en seguida. Un día se les permite que beban agua y sacarina durante 20 minutos. A continuación se divide las ratas en dos grupos. A uno de ellos se le somete a radiaciones de un máquina de rayos X. A otro grupo no se le administra ninguna radiación. Tras volver a realizar el experimento se comprueba que las ratas que habían estado expuestas a las radiaciones beben menos del 20% de agua con sacarina que la primera vez. El grupo que no ha sido irradiado bebe más del 70% de la solución con sacarina. En resumen, se toma más de un alimento si la experiencia posterior a su consumo es agradable.
En el libro “Los alimentos contra el cáncer” de Béliveau y Gingras, se nos muestra como lo que comemos hoy en día no es el resultado de un estudio científico -entendiendo ciencia como aquello que se descubre en el laboratorio- ni es el resultado de procesos racionales, sino es el resultado de miles de pruebas ensayo-error que nuestros antepasados iniciaron hace miles de años. El fenómeno de aversión al sabor permitió esta selección.
Los datos anteriores nos aconsejan consumir de forma habitual aquellos alimentos que nuestros antepasados seleccionaron y consumieron.
Un ejemplo de esta selección de alimentos la podemos encontrar en comunidades que han seguido sus tradiciones hasta nuestros días. Este es el caso de la comunidad de la isla japonesa de Okinawa. Para saber más acerca de ellos, visitar el post Longevidad, consecuencia de una vida macrobiótica.
Si examinamos lo que comen en Okinawa comprobamos la ausencia de alimentos refinados y procesados, pero… ¿qué hay de la carne, huevos, frutas y pescado que la macrobiótica tradicional NO recomienda? Podemos optar por pensar de dos maneras: (1) Por un lado podemos pensar que la calidad de esos alimentos ha degenerado mucho en nuestra sociedad y los efectos de comer la carne de un animal salvaje o criado por uno mismo es muy distinto a comer la carne de un animal de granjas modernas, por esta razón puede que la macrobiótica recomiende no consumirla con frecuencia. (2) Por otro lado, puede estar señalando alguna deficiencia en la teoría macrobiótica que nos recomienda revisar los motivos de su “prohibición”. Existen otras teorías, también con sus debidas justificaciones, sobre la conveniencia de una dieta basada en alimentos animales (p.ej. la paleodieta). (3) Otro aspecto que complementa los dos anteriores podría ser las diferencias entre personas. Mientras a unas personas puede que les siente bien no tomar productos animales a otras esta misma recomendación puede ser perjudicial. ¿Existen unas características personales -sexo, edad, actividad física, tipología corporal, etc.- que nos guíen para saber en qué casos hemos de recomendar unos alimentos y no otros, salvando así las limitaciones de unas mismas recomendaciones generales para todo el mundo? Para ampliar el tema podéis visitar la entrada Macrobiótica para ganar peso, cuyos comentarios contienen diversas consideraciones.
Parte de nuestra energía se va con prácticas modernas (dieta no saludable, estrés, contaminación, etc.) y nos impide tener una experiencia enriquecedora de la vida. En ese caso echar la vista atrás y escuchar lo que nuestros antepasados descubrieron a través de miles de años de ensayo-error puede constituir el camino hacia un nuevo destino.